Rebeca vital

Rebeca vital
Cuernavaca, Morelos (2010)

domingo, 3 de abril de 2011

Imagenes

Infancia


La madre.


La Comunidad China de México.

Rebela 66




Texto leído por Raúl Silva el 11 de marzo 2011 en el Foro Alicia.

Por Alejandro García Vicente
Vive de prisa, muere joven
y serás un bonito cadáver
James Dean

Antes de dar inicio a estas reflexiones en torno a mi profunda amistad y relación con Rebe, quiero agradecer públicamente a mis buenos amigos Rafael Catana (a quien conocí desde principios de los 90 en Radio Educación), por haberme honrado con la invitación a participar en esta celebración en memoria de nuestra amada y extrañada amiga; y Raúl Silva (con el cual trabajé de manera muy cercana en la organización y difusión del Festival Internacional de la Raza, también a principios de los 90, cuando él vivía en Fresno, California), por acceder a leer muy eficazmente, como siempre, estos pensamientos.

Buenas noches a todos.


Para muchos de ustedes soy un reverendo desconocido, sin embargo, con mucha seguridad les digo que fui de los más cercanos (si no es que el más) a Rebeca en los últimos diez años. Más que su confidente, fui su confesor —si me permiten el término—, porque ella también fue mi confesora. Me enorgullezco de conocer a detalle la historia de Rebe, desde niña hasta sus últimos días. De los pormenores de la relación de cada uno de ustedes con ella, contada en charlas interminables, así como la historia de amor y enseñanza entre ella y Mario Santiago. Por supuesto que sé de los recovecos de su vida familiar, con papás y hermanos, así como del crecimiento de sus hijos, Nadja y Mowgli, a quienes también considero míos.


Es necesaria esta justificación por lo que enseguida escucharán.


Para quienes tuvimos contacto por primera vez con Rebeca, la imagen que mostraba era la de una persona seria, un tanto tímida, mesurada y reservada. Una compañera muy cercana, me decía muy acongojada, llorando, al día siguiente del sepelio: “Es que le faltaba mucho por vivir a Rebe, tenía todavía muchas cosas por experimentar, sobre todo ahora que le quedaba más tiempo libre, ahora que sus hijos ya son grandes”.


A lo que yo respondí contundente: “Rebe, así como la veías, era una mujer muy curiosa y ávida de conocimiento y experiencias. Créeme que ella conoció mucho más que tú y que yo, juntos, en su corta vida. Rebe nunca se quedó con la duda de nada, desde jovencita. Que no lo contara, es otra cosa”. La compañera quedó mucho más tranquila al saber esto, como creo que algunos de ustedes lo estarán ahora, al conocerlo.


Cuando te adentrabas un poco más en la personalidad de Rebe sabías que era un ser entregado hacia los demás. Daba todo y no pedía nada. Podías contar con ella desde cualquier aspecto: económico, laboral, moral, académico, médico. Difícilmente ella te decía que la ayudases en algo. Lo único que Rebe pedía, en silencio, era un poco de tu atención, de tu cariño o de tu amor.


Sabido es que iba a tu casa a verte y procurarte si estabas enfermo. Te llevaba de comer si andabas en las últimas o te invitaba a su casa a compartir de su mesa. Te echaba la mano para alivianarte con el pomo, los cigarros o los libros. Te acompañaba y visitaba en el hospital. Se desvelaba contigo revisando tu trabajo o discutiendo tu proyecto.


Cargaba tus libros, revistas, discos, para promoverlos en ferias, lecturas y encuentros. Te alivianaba con una lana, ella, que ganaba muy poco en su chamba del CONACULTA, pero cuyas maravillosas manos habían descubierto el secreto de la multiplicación del pan, el vino y los peces. Te cuidaba un rato a tus hijos. Siempre con una sonrisa. Pero nunca te pedía nada. Tal vez si hubieras revisado en lo profundo de su misteriosa mirada, a lo mejor podrías haber intuido que algo se le ofrecía, pero nunca te lo externaba.


Rebe llevaba tatuado en su nombre su eterna actitud: ir en contra de lo común. Desde chavita se rebeló contra todo, desafió a su familia, a las instituciones, a lo convencional. Siempre en la búsqueda de conocimiento pleno, de satisfacciones plenas. Su hedonismo moderado muchas veces le dio buenas satisfacciones, pero otras, la puso al límite. Al final, me parece, salió airosa o, mejor dicho, se salió con la suya.


Era curiosa por naturaleza. Lo que no sabía, lo investigaba en los libros y lo ponía en práctica. De hecho se interesaba por tus propias dudas. Indagaba donde fuera y te llevaba respuestas para darte un poco de calma. Un día, mucho antes de todo esto, no sé por qué vino a cuento que había leído que la neumonía, la mayoría de las veces, se debe a un profundo estado de depresión. Pocos días, antes de su deceso, le pregunté: ¿te acuerdas que la neumonía te da por depresión? ¿dime, qué te preocupa, qué tienes? ¿te sientes triste? ¿necesitas de más atención? ¿necesitas tiempo para estar sola? ¿necesitas ver a alguien? Dime. Me observó un rato y luego me respondió: No, no va por ahí la cosa. Creo que estoy enferma por cansancio. Ir a las clases de chino muy temprano, después al trabajo, luego al tai chi, apurarme con mis deberes de casa, atender a mis hijos y desvelarme hasta altas horas de la madrugada preparando mi clase del día siguiente, me tronó. No es lo mismo este ritmo a los 20, que a los 40.


La verdad, nunca supe si realmente eso era lo que me quería decir o evadió la pregunta.


La literatura, los libros, ese era el universo de Rebe. Su afición era conseguir, leer y conservar ediciones diversas de poesía, algo de novela, cuento y filosofía. Alguien una vez me dijo: “es como un fantasma. De repente te la encuentras en las librerías, sientes su presencia y, así como llegó, desaparece”. Creo que se nos seguirá apareciendo en las librerías durante un buen tiempo.


Escuchaba blues, algo de rock, música clásica, world music, música popular mexicana, afro caribeña, pero sobre todo estaba al pendiente de las recientes producciones de sus cuates y las disfrutaba.


Era de las del “fan nuestro de cada día”. Incluso ella misma decía que si no hubiese estudiado letras, sí se hubiera metido al conservatorio para ser intérprete profesional. De hecho, después de la prepa, estudió flauta transversa en las Escuelas de Iniciación Artística del INBA. Hay un disco por a’i en donde ella participa con su flauta, en algunos acompañamientos.


Los últimos 15 años de su vida, por razones del trabajo, se la pasó leyendo a conciencia la reciente producción literaria mexicana. Conocía a detalle lo que se estaba escribiendo en todos los estados de la República.


Leía, reseñaba y recomendaba. Creo que fue muy feliz en esta etapa. Además, le imprimía el toque artístico a lo que escribía, no se remitía meramente al texto frío, informativo, a pesar de que muchas veces tuvimos diferencias por ello. Al final, como dije antes, siempre se salía con la suya.


Por sus hijos amó la literatura para niños. Aún en fechas recientes compraba libros para niños, los leía y luego los regalaba a aquellos que tuvieran hijos pequeños.


Creo que de donde cojeaba la Rebe era en el amor. Siempre estuvo en la búsqueda de un enamoramiento enloquecedor, cegador, desde muy pequeña. Me parece que sí lo encontró con Mario Santiago, pero lo perdió prematuramente. Después de eso, y en la búsqueda de ese loco amor, rozó el límite, siempre dando mucho y pidiendo muy poco. Una vez alguien le dijo: “Te voy a sacar el amor a madrazos”, a manera de advertencia para que no se enamorara de él. Sin embargo creo que, en realidad, ella fue quien nos sacó a nosotros el amor a madrazos, pero para quedárselo: era inevitable no quererla. Nadie ha sido el mismo después de haberla conocido íntimamente. Me duele no haber podido pedirle perdón, por si alguna vez la lastimé, y no haberle dicho que yo la perdonaba por si alguna vez ella me lastimó. Sin embargo, y estarán de acuerdo conmigo, la relación afectiva con Rebe iba mucho más allá de las palabras.


A pesar de todo el conocimiento que poseía Rebe, jamás alardeó o quiso figurar como intelectual. El maestro Mario Raúl muchas veces le dijo: tus reseñas y críticas literarias son infinitamente mejores que las que leo en algunos periódicos y revistas, ¿por qué no las publicas en medios más conocidos? A lo que ella respondió: es que lo que escribo es para mí, si alguien más se interesa por lo que expongo, es ganancia.


Esta misma enseñanza se la transmitió a sus hijos, a quienes crió casi sola. El resultado son dos chicos, Nadja y Mowgli, ejemplo de madurez y compromiso con la vida. Siempre dándoles alternativas de conocimiento y distracción. Siempre acercándolos al arte y a los lazos familiares, a sus orígenes orientales.


De hecho, esta actitud maternal la tuvo con todos nosotros, siempre ofreciéndonos lo más novedoso del mundo. Dando ejemplo en la actitud hacia el trabajo: llegar puntual a su lugar, concentrarse en su actividad, nunca chacotear o chismear, preguntar lo indispensable, presentar sus escritos casi perfectos, ir a comer y regresar a la oficina para culminar su jornada tal y como la había empezado.


Conjeturas, teorías, suposiciones van y vienen en mi mente respecto al porqué de su muerte. ¿Por qué ahora? Sin embargo, ella también se merecía ese derecho, el de morir cuando se le pegara la gana y por las razones que tuviera. Incluso, en el final de sus días, Rebe me dejó (nos dejó) dos enseñanzas: ser paciente y tratar de cooperar con los que se supone que tienen el conocimiento para preservar la salud, y no tener miedo de la muerte.


Si Rebe, y algunos otros camaradas que se nos adelantaron, han sido llamados para formar parte del staff que va a organizar el último gran evento de la humanidad, yo lo que pido es que me haga un campito junto a ella para sentirme más seguro y no desentonar.


Rebe: no me arrepiento de haberte conocido, te lo digo en serio, una vez más. Gracias por haber sido mi mejor amiga y confidente en estos últimos años. Al rato nos vemos.